Carnavales en la Ciudad de Panamá
Es la mañana del primer dÃa del carnaval de Panamá y creo que estoy listo. Según la tradición del carnaval y memorizado en canciones, uno debe dormir con los dedos cruzados la noche anterior para que le traiga suerte durante los siguientes cuatro dÃas de festividades. De hecho, con la ayuda de una banda elástica y algunas gasas, espero tener buena suerte. Me gusta inventar tradiciones.
El Carnaval de Panamá, que se celebra simultáneamente con el Mardi gras de Nueva Orleans, es una especie de última aventura, una última oportunidad para que la gente se divierta antes de que empiecen los 40 dÃas de la Cuaresma. Alrededor de 1910, Panamá comenzó a celebrar el carnaval a gran escala y hoy en dÃa, es más grande que nunca. Consiste en 4 dÃas de celebración en todo el paÃs, desde las grandes ciudades hasta los pequeños pueblos. No estoy seguro de qué esperar.
El Carnaval de Panamá, que se celebra simultáneamente con el Mardi Gras de Nueva Orleans, es una especie de última aventura, una última oportunidad para que la gente se divierta antes de que comiencen los 40 dÃas de la Cuaresma. Alrededor de 1910, Panamá comenzó a celebrar el carnaval a gran escala y hoy en dÃa, es más grande que nunca. Consiste en 4 dÃas de celebración en todo el paÃs, desde las grandes ciudades hasta los pequeños pueblos. No estoy seguro de qué esperar.
Imagina la celebración anual inspirada en la cerveza en tu universidad o el dÃa en que tu pueblo cierra una calle principal y permite a los vendedores vender algodón de azúcar y perritos calientes, imagÃnate que es un zillón. El carnaval era extraterrestre.
Cerraron la VÃa España, que es la autopista de cuatro carriles que normalmente tengo que atravesar yo mismo para llegar a Dunkin Donuts. Vendedores en todas partes: ParecÃa ser una regla universal: ningún vendedor puede cobrar más de $.50 por una cerveza. Comida increÃble: Me sentà como un packman tratando de probar todo lo que podÃa. HabÃa fumado chorizo empapado en un delicioso chimichurri con ajo y hierbas. TenÃa dos perros calientes panameños preparados tradicionalmente con todos los ingredientes. Probé muestras de varios de los cientos de comerciantes de ceviche con bandejas gigantes de la materia balanceada sobre sus cabezas. Olà el humo de los viejos botes de basura que convierten a las barbacoas en crujientes trozos de pollo asado en las calles. Era genial.
Mi cabeza recién afeitada se estaba quemando por el sol, asà que compré un sombrero de hoja de plátano por 25 centavos.
Ya sea una tradición legÃtima o sólo una excusa para ser desagradable, no lo sé, pero los niños en el carnaval de Panamá tienen esa cosa donde te atacan y te tiran confeti en los ojos o te rocÃan con pistolas de agua. Es divertido durante unos 4 minutos y luego se vuelve un poco viejo, pero todo es justo en el carnaval. Me empapé y me cubrió un clan de 4 pequeños sinvergüenzas con Super Soakers de alta potencia, lo cual fue gracioso. Un casino en la ruta tenÃa un hermoso escenario de aspecto VIP desde el que se podÃa beber su cerveza y tirar sus camisetas a los carnavaleros que pasaban. Me acerqué a la entrada y fingà que habÃa estado allà antes.
Un hombre de traje en la puerta me detuvo con su gran mano rechoncha y me preguntó algo en un español rápido y tonto. Pensé que mi plan se habÃa frustrado, pero después de asentir con la cabeza y saludar a un falso amigo en una mesa, me dejó pasar. Fue muy divertido. Desde la cima de mi nuevo escenario de amigo tenÃa la vista perfecta. Toneladas de gente gritándome por una camisa, muchos fiesteros pretenciosamente vestidos chocando los cinco con entusiasmo. Me sentà como una estrella de rock.
Fue entonces cuando tuve otro de esos momentos… ¿qué estoy haciendo aquÃ? Bebiendo cerveza gratis, comiendo sabrosos bocadillos, festejando con toda esta gente elegante en un escenario VIP con vistas a una celebración latina de un siglo de duración con un sombrero de plátano. Sacudà mi cabeza hacia mà mismo en una vergüenza santurrona. Soy genial.
HabÃa un gran ambiente en todo el asunto. Por la noche, escuchamos un concierto de uno de los artistas favoritos de la nación y comimos churros en un paso cerca del escenario. Conocà a gente muy divertida: Horacio, el cabezón del asador de pollos. George el transplantado californiano de 52 años que estuvo en Panamá durante 8 semanas «aprendiendo español». Legos el bulldog que lleva gafas de sol y camina con correa. La llaman Legos porque su cuerpo tiene los bordes muy rectos como un bloque de Lego. Ella era un matón.
Cuando me desperté a la mañana siguiente del Carnaval mis jeans, zapatos y calcetines estaban dispuestos para salir fácilmente de la noche anterior. Mi camisa estaba cubierta de confeti y cordel tonto, y mi sombrero de plátano estaba encima de mi cabeza empujando contra mi almohada. Encontré varios billetes falsos de un dólar que debo haber recibido como cambio – probablemente el dinero más falso que he visto – muy pequeño y endeble.
Cultura de Panamá Después de una palmada semi-intrusiva de los guardias nacionales en la puerta, entré en la calle principal del Carnaval por segunda vez. Sabiendo lo que me esperaba, estaba un poco más cómodo y un poco menos inhibido.
Un hombre pasó a mi lado con un carro de conos de nieve y compré uno. Este bloque gigante de hielo sobre el que usó un rascador con forma de cuchilla para rascar lo suficiente como para llenar mi copa. Lo cubrió con jarabes de mango y sandÃa, mis sabores favoritos. Justo cuando me atrincheré, sentà algo mojado en mi camisa y antes de darme cuenta, estaba siendo asaltado por un equipo SWAT de niños de 5 años con armas de agua pesada. Mientras trataba de escapar de la acción, me salpicaron el portón trasero… fue refrescante.
Pasé por delante de grupos de fiesteros borrachos que bailaban en pistas de baile improvisadas. Los viejos empujaban cochecitos de ceviche vendiendo porciones de su caché por un cuarto. Un niño que se acercaba parecÃa travieso y cuando nos acercamos lo vi meter la mano en su bolsa de confeti, preparándose para echármela a la cara. Le cogà la mano y sonreÃ, como si fuera un tarro de galletas.
«¿Qué estás haciendo?» Le pregunté.
«Nada» me respondió con una risita.
«¿Qué pasa, muchacho? ¿El gato te comió la lengua?»
A medida que la noche avanzaba, también lo hacÃa el entusiasmo de todos. La gente tocaba tambores caseros ruidosos y hacÃan barriles de aceite y utensilios de cocina. Tipos con cantinas de alcohol que claramente habÃan tenido suficiente. Por todas partes, pequeñas planchas improvisadas con carnes y otras golosinas chisporroteando, encendidas sólo por una lata de cerveza peligrosamente quemada, se convirtieron en linternas de aceite. Las calles cubiertas de confeti blanco y los bordillos llenos de vendedores mareados.
Estacionamientos convertidos en grandes baños al aire libre. PartirÃamos con trajes pÃcaros y gente soplando fuego. Tienes esta vibración totalmente hedonista como si por estos pocos dÃas cada año, pudieras hacer lo que quisieras. Es realmente bastante delicioso.